En el camino que empecé a recorrer hace ya unos años con mi cambio de rumbo profesional y mi nuevo enfoque en una nueva profesión, que no tiene nada que ver con lo que he estado desarrollando desde hace 20 años, mi vértigo y control era tener resultados, resultados inmediatos, a ser posibles económicos, que me permitieran vivir como hasta ahora había estado viviendo. Quería que todo fuera rápido para llegar donde quería estar.
En todo este proceso que he vivido en este último año, me he dado cuenta que cuando la impaciencia y el control están presentes, obstruyes tu canal porque tu foco no está en disfrutar lo que haces, sino en lo que obtienes, la premura de los resultados, precisamente lo ahoga. Y cuando no disfrutas con lo que haces, no estás permitiendo que tu SER tome las riendas y se centre en todas las posibilidades que tienes delante de ti. En vez de ir a favor de la corriente, vas a contracorriente. Se trata de guiar conscientemente y amablemente tus pensamientos en la dirección de las cosas que deseas.
El malentendido más común que impide que las personas controlemos una situación y recobremos el equilibrio personal es la creencia de que hemos de llegar adonde queremos estar ahora mismo o lo más rápido posible. Pero esa urgencia, actúa en nuestra contra. Cuando sentimos la urgencia de estar en alguna otra parte, vamos en dirección contraria respecto de donde nos encontramos en estos momentos. Es decir, vamos a contracorriente.
Los procesos de cambio y nuevos enfoques profesionales o personales nos exigen paciencia, momentos, que en apariencia, pueden parecer estériles. Períodos en los que a pesar de trabajar sin desmayo parece que nada avanza. Períodos en los que la siembra puede parecer inútil porque nada se obtiene de ella pero cosechamos lo que sembramos y cada cosecha tiene su tiempo de crecimiento y de maduración. No hay atajos.
Hay un breve cuento que ilustra bien este principio, y nos habla del bambú japonés. Dice así:
“No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.
También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: “¡Crece, maldita seas!”.
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo trasforma en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de solo seis semanas, la planta de bambú crece… ¡más de 30 metros!
¿Tarda solo seis semanas en crecer?
¡No! La verdad es que se toma siete años para crecer y seis semanas para desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú genera un complejo sistema de raíces que le permiten sostener el crecimiento que vendrá después.
Lo que he aprendido en este tiempo es que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. El éxito (en lo que tú decidas y como tú definas tú éxito) es algo que atraes por la persona en la que te conviertes. El éxito no es algo que tú persigues, es algo que atraes.
Que es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo y esto puede ser extremadamente frustrante, pero hay que seguir adelante con paciencia y perseverancia.
Que en esos momentos (que todos tenemos) recordemos el ciclo de maduración del bambú japonés y aceptemos que, en tanto no bajemos los brazos, ni abandonemos por no “ver” el resultado esperado, algo está sucediendo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.
No nos demos por vencidos, vayamos entrenando y creando los hábitos y el temple que nos permitirán sostener el éxito cuando éste, al fin, se materialice.
El llegar dónde queremos estar, no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.
Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.
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